A partir de ese día la filosofía natural, y sobre todo la química, en el sentido más amplio del término, se convirtió en mi ocupación exclusiva. Leí con ardor las obras, en las que abundaban el genio y la sagacidad, que los investigadores modernos han escrito sobre estos temas. Asistí a las conferencias, y cultivé la relación de los hombres de ciencia de la universidad; y aún en el señor Krempe hallé mucho buen sentido y valiosa información, combinados, es verdad, con una fisonomía y modales repulsivos, pero no por ello menos valiosos. En el señor Waldman encontré a un verdadero amigo. Su bondad nunca estaba manchada por el dogmatismo; e impartía sus instrucciones con un aire de franqueza y buen natural que excluía cualquier sugestión de pedantería. Me allanó de mil modos el camino del conocimiento, y gracias a él las investigaciones más abstrusas me parecieron claras y fáciles. Al principio mi aplicación fue vacilante e incierta; pero se fortaleció a medida que avanzaba, y pronto se manifestó tan ardiente y entusiasta que a menudo rompía el día cuando yo aún estaba trabajando en mi laboratorio. No es difícil concebir que con tanta aplicación hiciese rápidos progresos. Más aun, mi ardor sorprendía a los estudiantes y mi actitud a los maestros. El profesor Krempe a menudo me preguntaba con una sonrisa maliciosa: «¿Cómo anda Cornelio Agrippa?» Y el señor Waldman manifestaba el más caluroso entusiasmo ante mis progresos. De este modo pasaron dos años, durante los cuales no volví a Ginebra, y me consagré en cuerpo y alma al desarrollo de ciertos descubrimientos, que confiaba realizar. Sólo quienes han vivido la experiencia pueden concebir el atractivo de la labor científica. En otros estudios uno llega tan lejos como aquellos que le precedieron, y luego no hay más que hacer; pero en la actividad científica hay un material permanente de descubrimiento y maravilla. En esta esfera de estudios una mente de capacidad moderada, que desarrolla sin desmayos un estudio, infaliblemente debe adquirir gran aptitud; y yo, que constantemente buscaba alcanzar determinado objeto, y que me interesaba exclusivamente en él, mejoré, tan rápidamente que, al cabo de dos años, realicé ciertos descubrimientos que me permitieron perfeccionar algunos instrumentos químicos; y de ese modo me conquisté la estima y la admiración de la universidad. Cuando hube llegado a este punto, y después de familiarizarme con la teoría y la práctica de la filosofía natural todo lo que me permitían las lecciones de los profesores de Ingolstadt, la prolongación de mi residencia en aquel lugar no representaba ya la posibilidad de continuar progresando.
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